VITTORIO DE SICA
Cantante popular, actor de teatro y cine, finalmente director cinematográfico de algunas de las películas italianas más importantes de la segunda postguerra, la trayectoria de Vitttorio de Sica se extiende a lo largo de más de medio siglo. Nacido en Sora, Italia, el 7 de junio de 1901, debutó a los 17 años en un film de Francesca Bertini, siendo un veinteañero comenzó a hacer teatro para Tatiana Pavlova, se consagró hacia 1928 en el elenco de Sergio Tofano, poco después fundó su propia compañía, primero con Tofano y Rissone y luego con Rissone y Meinati.
Volvió al cine en 1931, y allí se afirmó como galán y canzonetista a lo largo de una década. Al final e ella saltó al sillón del director con la comedia de “teléfonos blancos” Magdalena, cero en conducta (1940), a la que siguieron otros films menores. En 1943 exhibió otras dosis de ambición en I banbini ci guardano, uno de los primeros films adscrito al movimiento neorrealista al que aportaría luego, con la frecuente colaboración del guionista Cesare Zavattini, varios títulos fundamentales. La colaboración con Zavattini se revelaría como una de las más fecundas de la historia del cine: había una química particular entre el realizador y el libretista, y no es difícil sospechar que el primero aportaba el elemento emotivo y sentimental mientras que el segundo contribuía con un mayor peso testimonial e intelectual. Entre ambos y en medio de los desgarramientos italianos de la inmediata postguerra, repasaron los sinsabores de la infancia huérfana y vulnerable (Lustrabotas, 1946), del desempleo y la insolidaridad (Ladrones de bicicletas, 1948), la vejez abandonada (Umberto D, 1951) o los problemas de la vivienda (El techo, 1956),y hasta cultivaron un tono de fábula para un cuadro de pobreza ambientado en un asentamiento (Milagro en Milán, 1950) donde se alejaron empero del neorrealismo más ortodoxo.
Magdalena, cero en conducta (1940).
Su crisis fue la del movimiento cinematográfico que encarnaron idealmente: a comienzos de la década del cincuenta el neorrealismo había muerto, no necesariamente de causas naturales. La censura se molestaba cuando el cine hablaba de pobres y gente con problemas, la industria descubrió que la frivolidad era más vendible, el público pidió comedias y melodramas. Se inventó el neorrealismo rosa (Renato Castellani y otros), en el que un decorado realista servía de fondo a historias románticas y sentimentales, generalmente con final feliz, y de Sica se vio obligado a rebajar sus niveles de exigencia para sobrevivir.
Como actor hizo un poco de todo, a menudo con brillo. Como realizador se hundió con frecuencia en la rutina, aunque hubo por cierto diversos niveles de interés en Indiscreción de una esposa (1953), El techo (1956) o Dos mujeres (1960). Un drama de guerra basado en novela de Moravia que le valió un Oscar a la estupenda Sophia Loren, a quien convirtiera en una estrella en El oro de Nápoles (1954). Luego acertó parcialmente en El juicio universal (1961), la algo pretenciosa adaptación de Sartre de Los condenados de Altona (1963) o la sátira Il boom (1963), supo hacer un cine popular fresco y divertido en Ayer, hoy y mañana (1963) y Matrimonio a la italiana (1964), y más vale echar un piadoso manto de olvido sobre la patética comedia La persecución del zorro (1966) o el drama romántico Refugio para amantes (1968). Entre meros ejercicios comerciales (Siete veces mujer, 1967), colaboraciones para films en episodios (Boccaccio 70, Las brujas) y otros trabajos de encargo, la obra de de Sica conoció en 1970 otro significativo repunte (El jardín de los Finzi Contini, donde volvió sin casualidad a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial) para volver a hundirse en la rutina luego. Murió en 1974, dejando a sus espaldas una obra extensa e irregular, cuyos puntos sobresalientes resultan empero imprescindibles.
El jardín de los Finzi Contini (1970).
Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.